Había una vez una mujer, una madre, que tenía las manos y el corazón de oro.
Nació en un pueblito de la sierra de Jaén y, desde bien pequeña, aprendió a coser y bordar, y más tarde, cuando tenía sus hijas e hijo, a cortar y patronar. Nunca se cansó de aprender…
Era la mayor de 7 hermanos y hermanas y ya de niña también aprendió a cuidar y a trabajar. A coger aceituna, a ir a la fuente a por agua y a ocuparse de muchas otras tareas de la casa.
Le encantaba leer, pero su padre le decía que los libros le iban a llenar la cabeza de pájaros … (benditos pájaros!!) Sus padres tenían una tienda en el pueblo, una de esas tiendas donde podías comprar chocolate, pintura, embutidos o los muebles para la casa. Allí vendían también telas, hilos, agujas, puntillas y muchos otros materiales de costura.
Siendo ella aun muy joven, la familia se mudó a Albacete, donde comenzaron de nuevo con un negocio de calzado. Cuando no estaba trabajando en el negocio familiar estudiaba y leía, leía mucho. Y cosía. Nunca abandonó la costura. Era como una parte de ella misma, de su identidad.
Consiguió terminar sus estudios superiores mientras trabajaba en la zapatería, y luego… se casó. Dedicó toda su vida a seguir cuidando de los demás, y posiblemente por ello nunca se dio demasiada importancia, ni a ella misma ni a sus saberes.
Desde antes de que nacieran confeccionaba vestidos, camisas, pantalones o gorritos para sus hijas e hijo. Para ella misma cosía trajes, abrigos, vestidos, blusas o cualquier prenda que pasase por su imaginación. Muchas veces, aprovechaba los viejos retales que una vez estuvieron en la tienda de sus padres.
Creaba piezas preciosas que lucía con elegancia y humildad, la humildad de las que han puesto siempre por delante a los demás, la humildad que no te permite valorar tus propios logros, tu mismo ser, tu valía. La vida siguió, sus hijas e hijo crecieron, se independizaron, y ella seguía aprendiendo con las manos y el corazón.
Había una vez una mujer, una hija, que de pequeña quería ser misionera y bailarina. Amaba los animales y las plantas y, en general, la naturaleza.
Nació y se crió en Albacete, y sus primeros recuerdos tenían que ver con su familia y con el parque donde jugaba, la romería del pueblo materno, los pájaros, el cielo, la huerta de su abuelo, los paseos con su abuela para coger plantas y frutos, los animales del corral de la señora Virginia, los gatos callejeros y el primer perro que conoció de cerca en su vida, el de sus vecinos.
Le encantaba bailar, hacer teatrillos y divertirse. Tenía una gran imaginación y era algo tímida. Cuando se hizo mayor decidió estudiar algo con lo que se sintiese bien, algo que consideraba realmente útil, que le permitiera aportar su granito de arena en la montaña de millones de granitos de un mundo mejor, así que estudió Educación Social y desde entonces siempre se dedicó a trabajar intentando que el mundo fuera un lugar más amable.
La hija siempre admiró a su madre, por su cercanía amorosa, por su belleza, por transmitirle la pasión por la lectura, por enseñarle que el bien es lo importante en esta vida, por estar siempre a su lado. Siempre pensó que era una artista, pero una artista invisible, un ser etéreo que hacía magia con las manos sin ser del todo consciente.
Una magia que no todo el mundo veía como tal. Por eso la hija creció admirando todo el trabajo que se puede hacer con las manos, que sale del corazón y que alimenta el alma y la humanidad. La artesanía, que nos conecta con la tierra y con los orígenes, pero también con el cielo y el tiempo infinito.
Un día, de repente, el mundo más cercano de la madre y la hija se quebró, se abrió una profunda grieta por la que ambas pensaban que caerían. Se tambalearon mucho tiempo y madre e hija necesitaron estar más juntas que nunca, colmando la grieta con tierra fértil que venía directamente de sus entrañas y del legado de sus antepasadas.
La grieta pasó a ser sendero verde, camino nuevo.
Así nació Grändma Modelitos fetén, del amor y la fuerza de una madre y una hija, de la pasión por lo artesano, de la necesidad de cuidar el planeta y cuidarnos entre todas las personas, de los aprendizajes de antaño como forma respetuosa de vivir y compartir. De la pasión por la vida, el renacer de las cenizas y el autocuidado y cuidado mutuo.
Así nació Grändma Modelitos Fetén, del amor infinito.
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